48 BSS – 48º Behobia – San Sebastián

¿El primer viaje de este blog? El último, está claro, el último siempre es el mejor. Lo reciente, lo último, siempre se saborea dos veces, sobre todo cuando la experiencia ha sido extraordinaria.

El viaje comenzó el pasado viernes, o quizá debería decir el pasado mayo que fue cuando decidimos inscribirnos a esta carrera tan emblemática y que con el paso del tiempo se hace cada vez un hueco más poderoso en el calendario de carreras populares.
Edu ya la había corrido en al menos una ocasión, cuando todavía la organización corría a cargo de otra marca publicitaria. Para mí sería mi estreno, y la excitación nacía no sólo del viaje, ni del tiempo de antelación de la decisión sino de la distancia, todavía larga aunque ya superada en el último año. Así que como digo, desde mayo pusimos rumbo a Donostia.
Partimos el viernes y un viaje pasadísimo por agua sería el preludio de lo que nos esperaba en la ciudad donostiarra. Lejos de poder desconectar de la carrera – aunque nunca fue nuestra intención –  todo comenzó con un presagio del ambiente con el que nos encontraríamos durante el fin de semana, cuando recién llegados a la recepción del albergue, pasó una pareja a nuestro lado recibiendonos con un enérgico: “más runners van llegando”. Cruzamos con ellos una media sonrisa, nos acomodamos en la habitación y dejamos que la cama nos atrapara. A descansar, que el día había sido largo y el viaje más. ‘Dónde quedarán las clases de lengua y de matemáticas de esta mañana’, pienso mientras empiezo a soñar.

El sábado amaneció con un sol tan reluciente y tan esperanzador como engañoso, ya que únicamente duraría hasta el mediodía, y nosotros amanecimos madrugadores y dispuestos a rodar como primera tarea del día. Salimos por los alrededores del albergue, por el monte, por el parque Otxoki y, ¡qué acierto! Desde arriba, con el solazo que nos recibió el día, se podía disfrutar de toda una panorámica del mar de fondo y en el horizonte las siluetas del Monte Ulía, del Igueldo, de la Catedral, del Ayuntamiento, el casco viejo… y dentro de un paraje natural más propio del monte que de la ciudad. Precioso y muy recomendable. Apenas rodamos 20 minutos muy lentos, estiramos y listos después de una ducha. El trabajo estaba hecho, las piernas despiertas y la circulación en movimiento.

Durante el estiramiento un señor que había salido a caminar se paró a charlar con nosotros, el ritual había empezado. Nos preguntó si correríamos mañana, nos compartió su “curriculum atlético” de antaño (28 Behobias, 17 maratones entre Madrid, Barcelona, San Sebastián…, 20 Kms de Madrid, etc), nos reímos un rato con su amabilidad y charla cercana y nos deseó la suerte de los “korrikolaris”, ya que según él, Edu tenía pinta de ello. Él sabía que no le defraudarían sus expectativas de diablo, del que sabe más por viejo que por diablo.

En el desayuno empezó otro ritual, el previo a las carreras pero con la diferencia de comenzar no una hora sino un día antes. A lo mejor a alguien le suena: te cruzas con una, dos o tres personas mientras te acercas a pedir y en esos apenas dos segundos ya has hecho la radiografía completa: zapatillas, facciones de la cara, “este tío me suena”, en su forro polar pone “Azuqueca”, algún cuchicheo con el compañero… vuelta a mirar… está claro, corren, correrán y pese a estar a muchos kilómetros de casa venimos a los mismo e incluso nos conocemos. Está claro, empezó el ritual.

Una vez terminado el desayuno pusimos rumbo a la feria del corredor, donde las identidades ya no son un secreto y donde se respira la misma música, el mismo ambiente, los mismos stands, los mismos ritmos e incluso el mismo olor que en todas las de las citas numerosas. Así despachamos la mañana.

La tarde ya estuvo pasada por agua pero nada que no animen unos pintxos en el casco viejo, un paseo por el puerto y por La Concha, las primeras llamadas de compañeros del equipo que también están en la zona, y los primeros nervios después de pararnos en una pantalla gigante al lado del ayuntamiento donde resumen la edición de la carrera del pasado año.

Decidimos que lo mejor sería dar paso a la ceremonia de preparación de carrera e hicimos el plan del buen previsor: compra por si se nos hacía tarde y teníamos que cocinar en el albergue la cena – no teníamos ninguna intención de cenar de pintxos ni de acercarnos a fiestas de la pasta, etc. – , cómo llegar a la parada del tren más cercano previendo masificaciones en el trayecto hasta Irún desde donde salía la carrera, dónde dejar el coche para la ducha de mañana, en previsión también de que llovería y de que llegaríamos más que tarde, etc. Una vez todo previsto sólo nos quedó volver al albergue, preparar el dorsal, el chip, la mochila, las distintas opciones según amaneciese, tener a mano los plátanos y las galletas para el desayuno, cenar el consabido plato de pasta con tomate, y meterse en la cama con las suficientes nueve horas por delante para despertar sin sueño. De momento todo había salido a la perfección, sin haberlo planeado pero sí habiéndolo pensado sobre la marcha. ¿Lo mejor en estos casos, cuando la logística es compleja? Tenerlo todo claro y preparado para llegar a la carrera bajo de pulsaciones al haberte anticipado a los imprevistos.

Y así que amaneció el domingo. ¿Y qué amanecer? De noche, cerrado, oscuro, frío y lloviendo. ¡Qué gran comienzo!, ¡empiezan los nervios!… pero ¡qué ganas!. ¿Por qué tantas ganas si cada vez llueve más, si empieza a diluviar, si vamos en el tren como piojos en costura tronchándonos la espalda…? Será porque estamos contentos. Va a ser eso, y porque nos lo pasamos muy bien haciendo lo que nos gusta; va a ser eso. Lo del tren increíble, me río del metro de Madrid en hora punta pasando por el centro. Desde luego que ese olor a Reflex no se me olvidará en la vida.

Y así que llegamos a Irún. Y así que empieza la marea a calar, no solo la multicolor de los atletas, de los chubasqueros, de las zapatillas, sino la marea real, la del agua. Tremendo, ese diluvio que sabes que no va a parar y que llega un momento en el que decides que mejor tenerlo de tu parte antes que dejarte atrapar por él.
Comenzamos a cruzarnos con caras y saludos más que conocidos: Sergio Fernández Infestas, Depa… y decidimos empezar con la logística del ropero debajo de una gasolinera en la que nos refugiamos cientos de corredores. Edu salía 45 minutos antes que yo y ambos teníamos que dejar la ropa pronto, muy pronto, en los camiones del ropero – quizá la única pega de la organización, tener que dejar la ropa tan pronto – . Nos organizamos bien y mientras hacíamos dos viajes para aprovechar mejor el chubasquero/poncho que compartimos y que dejaríamos en la salida de recuerdo, comenzamos a disfrutar del ambientazo. Para quien haya vivido una San Silvestre Vallecana, es algo parecido, y eso que podía haber quedado deslucido por el día, pero no fue así.
Una vez cambiados y con lo puesto salimos a calentar con Depa o más bien a buscar refugio cerca de la salida, y encontramos otra pequeña gasolinera en la que yo entré para no quedarme fría, al fin y al cabo a ellos les quedaba media hora, pero a mí ¡1h17´para salir! Y quién me diría que aquí empezaría mi aventura.

Al acceder al pequeño establecimiento en el que se refugiaban entre 6 y 8 personas, según entré, me situé en un lugar libre y ya que le conocía, saludé a mi compañero de al lado: “¡Buenos días Martín!” y muy sonriente Martín Fiz me respondió: “¡Buenos días!, ¿llueve mucho todavía verdad?” Ahí estaba yo, hablando con Martín Fiz. En lo que él salió entró Carmelo de la Fuente, ese corredor conocido por sus extravagancias tales como correr desnudo, disfrazado de Jesucristo o, como en esta ocasión, como el Hombre de Cromagnon, así que ya que estábamos allí le ayudamos a poner el disfraz. Una vez compartidas las carcajadas consiguientes me di cuenta de que uno de los corredores que más animaban el cotarro en la gasolinera llevaba el dorsal 18777, siendo el mío el 18776, ¡para qué queríamos más!, ¿cómo entre 25.000 dorsales puedes llegar a coincidir en el mismo sitio con el inmediatamente posterior a ti? Y así que las risas no pararon hasta el momento de nuestra salida, con la ayuda de Belén, la empleada de la estación de servicio que muy amablemente nos la “regaló” como centro de operaciones y cobijo durante hora y cuarto que duró nuestra espera, eso sí entre risas, grandes del correr, etc.
En medio de todo esto Edu entró, se despidió de mí, nervioso, helado pero con muy buena cara, y habiendo sido saludado por Martín Fiz como quienes se conocen y se respetan. El mismo que se cambió, se preparó y calentó en el mismo lugar que yo y que todo hijo de vecino, sin privilegios de la organización, y humilde, muy humilde. Campeón del mundo.

Dieron la salida de los primeros (¡Vamos Edu, vamos, te vas a salir!)

y de las siguientes oleadas, hasta la de las 11:17, que era la nuestra. La de Pedro, la de José, mis compañeros de Barcelona, y de dorsal, la mía, la de 1797 atletas más. 1800 en cada oleada permitía correr sin problemas. Y es que la organización fue exquisita, no sólo por el ambientazo, que también; no sólo por el buen rollo, que también; no sólo porque estuvieran avisando e informando todo el tiempo por megafonía en varios idiomas, que también; no sólo porque no dejaran de animar ni un momento, que también; no sólo por la musicaza, que también; no sólo porque estuviéramos tan bien informados con tantos días de antelación, que también; no solo por el ropero, eficaz y rápido, que también… sino por el sistema de cajones de salida, de dorsales con colores, hora e información, y sistema de penalización si no corres donde te corresponde (5 minutos si sales de donde no te corresponde), algo que ayuda muchísimo para correr cómodamente pese a ser de la cola a la hora de tomar la salida. Mucho tendría que aprender la que siempre he considerado como una carrera muy bien organizada, la que más me gusta y es más especial para mí, la San Silvestre Vallecana. En esto, la 48 BSS se ha puesto por delante, al menos es mi opinión, aunque para mí la SSV siempre es la SSV.  Hecho este paréntesis vuelvo a la carrera, o mejor dicho la empiezo.

Llega mi momento, se acerca la oleada de las 11:17 y dorsal naranja, me incorporo con tranquilidad y me coloco en la 4ª línea. En la salida doy palmas, salto, bailo. Me desean suerte Pedro y José, mis compañeros barceloneses, y en eso que termina la cuenta atrás en euskera. Pulso el reloj, paso y pito por la alfombra y compruebo que mis piernas van tiesas, porque llueve tanto… y hace frío.
Salgo rápido, por debajo de 5 el primer kilómetro, y cuando cumplimos el 1º nos hemos unido a la liebre de 1h50´. Voy cómoda pero tengo claro que hay que hacer caso a las voces expertas de esta carrera que me han dicho que quien se pasa en la 1ª parte lo paga caro. Pedro va muy pendiente de mí y se lo agradezco pero aunque me encuentro muy bien yendo cómoda con el incomprensible 5 minutos el Km. de la liebre de 1h50´(si sigue así terminará en 1h40´) decido actuar con sangre fría y hacer caso de todos los consejos. Así que ralentizo el paso y me acuerdo de algo que Edu me dijo una vez: “Se me ha ocurrido en mi próxima maratón ir dedicando un kilómetro a alguien, de tal manera que se me haga más entretenido, dejando los últimos para quienes más quiero, y dejando el final para mí”. Así que allá voy. Los dos primeros, pensando en “cabeza, Elena, corre con cabeza” se los dediqué a Carlos Maratones y a Pytu, y después uno a uno hasta el final a numerosos colectivos y amigos a los que se lo iré comunicando, por aquello de compartir esos momentos bonitos. Fue precioso hacerlo así, la verdad. Y lo mejor es que se me pasó más rápido, sobre todo la subida del primer puerto.
A partir del 8 me fui dando cuenta de lo más impresionante de esta carrera, y lo mejor sin duda, el cómo anima la gente. Impresionante, sin palabras, emocionante. No hubo ni un solo tramo (quizás 50 metros en Rentería) en el que no hubiera alguien animando, en grandes cantidades, aplaudiendo, ¡gritando mi nombre, viéndolo en el dorsal!, con un “¡Aupa Neska!”, “¡Aupa Elena!”, etc. Te llevan aunque tú seas quien da los paso. Bajo el chaparrón, bajo el viento, bajo el frío. Con música, con carracas, con el coche abierto, con bebida. Me recordaba a las etapas de montaña más animadas de La Vuelta vistas por televisión.
Y así pasé el primer puerto, el de Gaintxurizketa, pasé los toboganes rompepiernas del 8 al 12, el llano interminable hasta el 15,5 y comencé el temido Puerto de Mirakruz. Ese kilómetro lo comencé con Ramiro, David y Mamen (antes ya había pasado Mar, Susana…) y lo terminé con Edu, ya que a él me lo dejé para este momento, para los momento más importantes y los más duros. Y así que subí, aunque si he de ser sincera me hubiera parado, no por la carrera sino para disfrutar de toda esa gente y para darles las gracias. ¿Cómo el público se puede emocionar tanto y animarte de esa forma sin conocerte de nada, sin unirle a ti ningún vínculo emocional, sin…? Sin palabras de nuevo.
Al coronar, feliz, miré el crono, después de mucho tiempo, y cual fue mi sorpresa, que después de haber ido a ritmo en los llanos y en las subidas, reteniéndome en las bajadas para no pasarme, habiendo subido decentemente, ahí estaba en 1h30´. Pero, ¡no puede ser! Si sólo me quedan 3 kilómetros y favorables… Lejos de dejar de sorprenderme levanto la mirada y veo al globo del principio, el de 1h50´, el que pensé que iba muy rápido y que ir con él me iba a fundir. Lo voy a pillar antes de llegar y eso me dice que lo he hecho bien, que hice bien en reservar y no emocionarme con que podía ir con él.
Bajo el 17 como una exhalación dedicándole el penúltimo kilómetro al equipo, llegó al 18 sabiendo que Gros tiende hacia arriba en un falso llano – este lo conozco bien de rodar por allí en otras visitas a San Sebastián ya que el hotel lo teníamos al lado -, ese que hace picar las piernas.

En el 18 pienso en quien le corresponde – y en Edu, que me resulta inevitable que no me acompañe en todos lo kilómetros – paso por el 19 y busco en el puente del Kurtxal a ver si le veo. Tiene buena cara, ya muy abrigado, me grita muchísimo: ¡VAAAAMMOOOSSS ELENA!, ¡VAAAMOOOSS!
Queda la recta, una recta interminable, me acerco, adelanto, como en el último puerto – que no dejo de adelantar -, me dedico a mí este último kilómetro, aplaudo, levanto los brazos, entro en meta, paro el crono (el que había olvidado desde la cima de Mirakruk) y sonriente lo miro. ¡¿Cómo?, ¿qué?! No sólo he bajado de 1h50´, he hecho 1h44´45”. Cuando me quiero dar cuenta estoy llorando de emoción. Nunca me había pasado esto, será del esfuerzo, será del carrerón, será de haberme sentido acompañada real e imaginariamente cada kilómetro. Será que correr tiene estas cosas y a veces estos regalos, no de marcas sino de experiencias.

Camino rumbo a la Plaza Guipúzcoa, recibo la medalla conmemorativa como si hubiera quedado la primera, y vuelvo al ritual, esta vez de llegada. Cada cosa me lleva dos minutos, si llega: dejo el chip, cojo la bolsa del avituallamiento – estupenda, por cierto -, recojo mi mochila y me dirijo despacio y feliz hacia el punto de encuentro “E” como teníamos previsto. Allí me busca entre tanta gente, con la mirada, Edu, nos encontramos, me fotografía orgullosos, nos abrazamos, nos besamos y le enseño el crono. ´¡Joe!´, me dice con una sonrisa. ´¿Y tú?´,le pregunto yo. «Pues me he puesto, me he puesto… y he bajado de 1h8´, 1h7´24”. ´Madre mía´, le digo yo. Eufóricos vamos a cambiarnos, hacemos por encontrarnos con Cristina, con quien hablamos de la carrera, cogemos avituallamiento que hay por toda la plaza y nos despedimos dando cuenta de la barra libre de caldo caliente. Esto es organización, servicios al corredor, etc. Esto, y aunque no sea en lo que más me fijo de una carrera, en parte justifica el desembolso del dorsal.

Lo de después, quien haya experimentado la sensación del triunfo personal, ya lo sabe. Satisfacción, deseo de compartirlo con la gente que quieres (ahora con un smartphone y una tarifa de datos es suficiente), no dejar de comentar cada detalle con tu pareja si además es compartido, ducharte como si hubieras corrido 20 kms en unas condiciones climatológicas muy adversas y con un perfil duro 😉 y disfrutar de una buena sidrería donostiarra mientras sabes que antes de volver a la rutina diaria todavía te quedan varias horas de viaje, que lejos de hacerse pesadas son una prolongación de tiempo perfecto para seguir disfrutando de las sensaciones que te ha dejado el fin de semana.

En fin, que la idea de este blog nunca fue el de “cronista” de una carrera, pero este fin de semana ha sido la excusa. La excusa perfecta para redescubrir una ciudad que ya conocía.

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7 respuestas a 48 BSS – 48º Behobia – San Sebastián

  1. Enhorabuena por animarte a darle vida a este blog!!
    Yo creo que es bueno olvidarse de vez en cuando de las ataduras de la rutina, de lo que tu cabeza te dice que no te da tiempo a hacer … y simplemente hacer lo que te apetece y sientes que va a ser bueno para tu espíritu…
    Besos y mucho ánimo con esta nueva aventura!

  2. Carlos dijo:

    Impresionante!!!!!
    Me parece increible lo de pensar en alguien cada km, creo que a partir de ahora voy a adoptar esa idea, ya me direis lo que hay que pagar por usar la idea. Y que decir que me siento enormemente orgulloso de ser uno de los que te acuerdas en estos km, sabes que vas a tener todo nuestro apoyo y animos en todas tus carreras. Sois una parte muy importante de este equipo, el alma, la ilusión, las imagenes de cada carrera.

    Felicidades por la carrera, por la crónica, por el blog, pero sobre todo por ser como eres (creo que mejor dicho será por ser como sois los dos).

    Un besazo

    carlosmaratones

    • Carlos, copia las ideas que quieras, yo también se la copié 😉 La verdad es que se hace mucho más liviano a la par que se disfruta doblemente.
      ¿Cómo no me iba a acordar de ti? eso es imposible, y menos en esta carrera.
      Y muchas gracias a ti por mostrarnos siempre tanto cariño a los dos, creo que te tenemos bien engañado 😉

  3. Roberto dijo:

    Gran entrada! No suelo comentar en blogs pero este año correré la behobia y tengo el gusanillo del «principiante». Muchas gracias por compartir tu experiencia.

    Un saludo.

  4. Pingback: Behobia returns | 42 y medio

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